Los arquetipos son modelos mentales que sirven para clasificar y aprender de manera eficiente la realidad circundante. La utilización de estos modelos permite optimizar el coste energético asociado a los procesos electroquímicos del cerebro, priorizar los estímulos y evitar el colapso de los órganos sensoriales a la par que nos ofrece mapas o representaciones bastante fidedignas del entorno que ayudan a tomar decisiones respecto a la relación que establecemos con los objetos y personas. Los arquetipos, en definitiva, simplifican la realidad mediante representaciones o categorías mentales y ayudan a conducirnos por la vida.
Platón fue el primero que en occidente aludió a los modelos mentales en su Mito de la Caverna y el término arquetipo se atribuye al psicólogo analítico Carl Gustav Young. Posteriormente y en el ámbito de la organización empresarial, Peter Singe en su recomendable obra La Quinta Disciplina dedica un capítulo a la influencia de los modelos mentales o creencias –otra forma de decir lo mismo- en la cultura y organización de la empresa.
Los despachos de abogados son ricos en arquetipos. Es conocida la clasificación genérica entre abogados cazadores, que captan clientes y generan negocio, y granjeros, dedicados al trabajo típico de producción y gestión de expedientes. Los anglosajones denominan a los primeros rainmaikers –la traducción al español sería algo así como hacedores de casos-. Un segundo modelo o clasificación más elaborada es la tradicional de abogados juniors, asociados, socios –entre ellos se distinguen los de cuota-, socio director, presidente y socios fundadores, cargos estos últimos con un alto componente institucional. Esta clasificación responde a un modelo funcional: cada categoría se vincula a una función, un tipo de trabajo, y las distintas funciones delimitan el perfil requerido de los abogados que irán ocupando los diferentes puestos en la pirámide jerárquica, excepto aquellos que no cumplan los requisitos establecidos, más o menos explícitamente, que optarán por abandonar la firma y buscar una alternativa que satisfaga sus aspiraciones.
El modelo antropológico o evolutivo (cazadores frente a granjeros) y el modelo funcional obedecen a un criterio de habilidad y experiencia y eluden en mi opinión un elemento trascendente en la organización de las firmas que articula las relaciones entre los profesionales y configura las distintas categorías a las que enseguida me referiré: el poder.
Un modelo de organización donde el poder actuaba de principio vertebrador y que puede aplicarse analógicamente a los despachos para explicar la existencia de grupos dispares y las relaciones entre ellos es el de estratificación dominante en el Medievo, etapa histórica que transcurre desde el siglo V al XV. Este modelo, convengamos en llamarle dominante, contiene cuatro arquetipos que seguidamente me limito a bosquejar.
1. Monarcas. Ostentan el mayor poder en el despacho y tienden a perpetuarse con la finalidad de conservar los privilegios reales. En pocas ocasiones abdican y si lo hacen es a favor del sucesor dinástico o de las personas escogidas entre los pares que han demostrado lealtad. Debido a este sistema de designación no siempre los más aptos y capacitados acaban ocupando el trono. El origen del poder que ostentan proviene de la fuerza, cuya versión moderna es la capacidad de relacionarse, atraer clientes y generar negocio. El resto de arquetipos se somete al monarca no tanto por la esencia de la propia fuerza sino por la incertidumbre y los efectos perniciosos que supondría quedarse sin ella. ¿Qué ocurriría si el monarca no generara negocio ni aportara clientes? ¿Quién nos protegería? se preguntan los abogados igual que hacían los súbditos detrás de las murallas del castillo medieval. El ejercicio del poder por el monarca adopta distintas formas, si bien lo común es que tienda al absolutismo excepto si se han arbitrado contrapesos a ese poder, por ejemplo mediante el consenso de la mayoría de los socios en la toma de decisiones, lo cual la experiencia no avala en la mayoría de despachos. El verdadero reto para el monarca, admitiendo que el poder siempre lleva ínsito cierta manu militari, es que sea aceptado por sus congéneres porque vean en él a un líder, a quien admiran y respetan, y a alguien capaz de conducirles a un nivel mayor de bienestar, económico y emocional. En otras palabras, y retrocediendo a otra época que influenció claramente las instituciones del Medievo, han de comulgar en el monarca los dos conceptos finamente acuñados por el Derecho Romano: potestas, el ejercicio del poder, con la autoritas, cuya consecuencia esencial es el sometimiento voluntario a ese poder. La figura del monarca concuerda hoy con el fundador del despacho o el socio mayoritario.
2. Caballeros. El grupo de los caballeros está compuesto por los socios del despacho y asumen el rol que la nobleza desempeñaba en el Medievo. De forma similar a los nobles poseen feudos, llamados modernamente departamentos, disponen de abogados que comparten obligaciones comparables con las de los vasallos del Antiguo Régimen – nacidas de un contrato entre hombres libres, circunstancia que las diferencia de las emanadas de las relaciones de servidumbre vigentes también en la Edad Media-, disponen de privilegios y tiempo libre para asistir a torneos y actividades cinegéticas, sustituidos en la actualidad por el networking, eventos asociativos y deportivos como el paddle o el golf. Las distintas familias de nobles se identifican con un escudo de armas y entre ellas se producen rencillas y batallas que tienen por objeto los límites del feudo o la participación en el erario del despacho. El poder de los socios proviene de la investidura del monarca, auspiciada por otros nobles de la familia, y el título nobiliario se obtiene tras la superación de las ordalías que adoptan la certeza de objetivos económicos. Los nobles, que han jurado lealtad al reino, no gozan enfrentarse directamente a las decisiones del monarca y toda oposición se dirige mediante intrigas con resultados a menudo desoladores para los instigadores, quienes no es extraño que acaben desterrados del feudo o decapitados en la guillotina.
3. Vasallos y artesanos. Formaban el Tercer Estado del Medievo y modernamente se equipararían a los abogados -masa crítica los denomina algún despacho-. Si bien la relación jurídica que vincula a vasallos y artesanos con sus nobles señores y el monarca son de vasallaje, los artesanos, que serían los abogados asociados, seniors o con cierta edad, experiencia y pericia, ocupan un rango social superior a los vasallos que se identifican con los becarios, pasantes, abogados juniors o jóvenes sin experiencia. Ambos son profesionales libres y pueden abandonar el reino cuando convengan –a diferencia de los siervos- aunque su poder es nulo en los vasallos y algo mayor en los artesanos y se circunscribe en estos últimos al mando de los vasallos que tengan a su cargo. Después de entrar en el reino y pasada la sorpresa inicial que causa la suntuosidad del lugar, los vasallos se afanan en superar las pruebas y afianzar las lealtades que les permitirá acceder al gremio de artesanos cualificados, y a su vez los artesanos trabajan denodadamente para hacerse merecedores de un título nobiliario. La concesión de este privilegio y el poder que llegará a ostentar el artesano dependerá de criterios como el índice de producción del feudo, la adscripción a una familia de nobles y la lealtad a los próceres adecuados de la familia, que serán quienes propondrán y defenderán el nombramiento en la mesa artúrica presidida por el monarca. En algunos reinos las ceremonias de concesión de títulos son fastuosas y se proclaman por juglares y trovadores a lo largo de condados y tierras exóticas allende de los mares.